El mundo al revés

El mundo está patas arriba. No sabemos por dónde empezar. Son tantas las cosas que hay que arreglar, que hacer una lista y priorizar parece imposible.

Y sin embargo, parece que hay quienes tienen claro cuál es el principal problema. La Unión Europea vota para prohibir el uso de «hamburguesas vegetarianas» y «salchichas de origen vegetal».

Sí, justo eso. No la crisis climática, ni la explotación animal, ni la contaminación de los ríos o la pérdida de biodiversidad… No. El verdadero drama es que alguien compre una hamburguesa vegetal y… ¡le guste!

¿Cuál es exactamente el problema? En todos los envases se indica claramente que son veganas. Tienen un público específico, y nadie se confunde. Tal vez el conflicto sea puramente semántico: no está bien —dicen— que se llame hamburguesa a algo que no implique sufrimiento ni tortura hacia un animal.

Me recuerda a cuando, hace veinte años, se discutía si una unión entre dos personas del mismo sexo podía llamarse “matrimonio”. La palabra, decían, pertenecía a la Iglesia. Hasta que, con el tiempo, el sentido común y la justicia se impusieron: una boda civil entre hombres o mujeres también es un matrimonio.

Quizá este empeño con las etiquetas venga de ahí: de una necesidad de proteger palabras, aunque detrás de ellas haya realidades mucho más crueles que cualquier juego lingüístico.

Pero esta preocupación por la nomenclatura pasa por ser preocupante cuando afecta a una industria poderosa. Porque sino, ¿cómo se explica el caso por ejemplo de los sorbetes? El sorbete se diferencia al helado por no llevar ni leche, ni huevos ni nada que se le parezca, en cambio, muchas veces debemos comprobar el etiquetado porque no es así.

O en los huevos de “gallinas camperas”, con su número 1 bien visible y sus dibujos idílicos de aves felices al sol. Sabemos que no es así. Aunque tengan acceso al exterior, muchas veces las salidas al campo son limitadas (a veces pequeñas puertas a un recinto exterior). Esas gallinas viven en naves y hacinadas, los machos son sacrificados al nacer, y las hembras son sacrificadas cuando dejan de ser “productivas”. Pero ahí no estamos engañando a nadie, no como con los nuggets veganos.

Así que nada, antes de ayudar a los animales, parece que debemos dedicarnos a reetiquetar los productos veganos. Dejar claro que las hamburguesas son sólo hamburguesas si hay sufrimiento detrás.

El planeta arde, los mares se llenan de plástico, y los animales mueren a millones… pero al menos las hamburguesas llevan el nombre correcto. Qué tranquilidad.

Dejando de lado la ironía, que se llamen hamburguesas o vegamburguesas nos importa poco. Lo triste es que la preocupación sea esa: que haya quien invierta tiempo, energía y dinero en debatir una palabra mientras los animales siguen pagando el precio real.

Con cabeza y corazón.

Donna Raiter-Kimberley

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